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Heredera de dos de las figuras más ilustres del espectáculo argentino, Carla Pantanali Sandrini, nieta del mítico Luis Sandrini y de la primera actriz Malvina Pastorino, hace su propio camino al andar.
Cantante, compositora, actriz y docente de teatro de adultos mayores, a los 44 años acaba de lanzar La citadina, su primer disco.
Su voz, dueña de una armonía envolvente, es la consecuencia de una búsqueda incansable. Para la tapa de este álbum, el elegido del Mes por el Club del Disco, decidió subirse a 65 metros de altura y desde la cúpula de la Parroquia de Santa Rosa de Lima, en Balvanera, mirar a la ciudad como diciendo: “Acá estoy yo”.
Orgullo familiar
-Sos parte de una dinastía notable, ¿cómo te pega este legado?
-Con mucho orgullo y pasión por lo artístico. Heredé el amor por el teatro, por el oficio, y todo eso me permite vibrar. En agosto se estrena el documental Sandrini, que mi mamá (Sandra Sandrini) escribió y dirigió; mi hermana Roberta Vadino Sandrini hizo la animación, el montaje y la edición; y yo la música y la locución. Estamos en un momento familiar muy feliz. Y, además, presento mi disco.
-Son canciones que tienen muchos años. Algunas siguieron sonando en la guitarra, esperando su momento. Otras estaban cajoneadas, pero vivas cuando las fui a buscar. Hablan de distintas etapas de mi vida. Soy una persona que vive con mucha profundidad, reflexión y conectada con los ciclos. Cada canción habla de eso.
-¿Pero esas canciones tenían, al momento de escribirlas, destino de disco?
-Yo no me atrevía a pensar en un disco hasta hace muy poco tiempo. Lo decidí teniendo Covid a los 42 años. Me formé mucho antes para ganar confianza en que podía hacer un disco, me preparé con profesores de canto, armonía, música, guitarra y ahora me sentí lista. Siempre compuse canciones, desde los 13 años, para mí era natural hacerlo, pero no pensaba en un disco porque soy perfeccionista.
Ser una Sandrini
-Supongo que mucho. Como te contaba, soy parte de una familia que me hace amar lo artístico. La siento en la sangre, honro a mis abuelos y los siento conmigo. Ellos me dan fuerza para hacer mi carrera artística. Hay que encontrar tu lugar en ese grupo familiar, ocuparlo, y sentir que lo que vos traés es tuyo, singular, que te gusta, que lo querés expresar. Me llevó tiempo llegar ahí.
-¿Hubiera sido fácil dedicarte sólo a la actuación?
-¡Sí! Mi vocación por la música se despertó a los 20 años. En cambio, siempre supe que iba a ser actriz, no sé cuándo lo decidí, pero siempre lo supe. Y aún actuando como lo habían hecho mi mamá, mi papá, mis abuelos, mi bisabuelo (el italiano Luis Sandrini Novella), siempre busqué mi forma, muy personal y muy comprometida con mis emociones… Y mientras trabajaba como actriz, me formaba como música.
-No. Roberta es dibujante, se está por recibir de profesora de dibujo en La Plata y está haciendo la carrera de animación. Para el documental Sandrini hizo unas animaciones que son conmovedoras y suman un imaginario increíble.
-Presentaron el documental en 2017, pero recién ahora tiene fecha de estreno.
-Sí. Se va a estrenar el jueves 10 de agosto en el Gaumont. El lunes 7 comienza un homenaje, se va a proyectar la película Los tres berretines, continúa con el estreno del documental y se van a exhibir La danza de la fortuna, El profesor hippie, Cuando los duendes cazan perdices, La casa grande… sus grandes películas.
Homenaje y puente
-¿Sentís que este homenaje es un puente para las nuevas generaciones, para que tus hijas Joaquina (7) y Miranda (4), por ejemplo, sepan quién fue Luis Sandrini?
-Totalmente. Yo les hablo de él, les voy mostrando sus películas, porque hay que entender que la actualidad tiene raíces. Argentina siempre fue un exportador de contenidos, ahora tenés a Ricardo Darín, Guillermo Francella, Luis Brandoni… entre tantos otros.
Antes era Luis Sandrini, Libertad Lamarque, Hugo del Carril… Contamos con una tradición de talentos y tenemos que saber de dónde vienen. Esto es para las nuevas generaciones, pero también para el que lo vivió, para el que fue con sus papás al cine o con su abuelo, que le decía “te voy a llevar a ver una de Sandrini” como un valor. Él fue uno de los mejores actores de nuestro país y de Iberoamérica.
-Sí, tenía menos de dos años. No tengo recuerdos propios, sino a través de las fotos en las que estamos juntos. Él decía que yo era genovesa, que para él eso era lo máximo porque mis bisabuelos eran inmigrantes genoveses, y decía que yo iba a ser actriz. Eso me ha contado mi mamá.
-¿Qué recuerdo tenés de tu abuela Malvina?
-¡Un montón! A mi Aby, como le decíamos, la tuve hasta los 15 años. Ir a su casa era ir al lugar donde habían ido a parar 50 años de carrera de mi abuelo y de ella.
Todos los sábados subía a ese altillo inmenso, que era como un departamento de 50 metros cuadrados, con un gran placard. Abría las puertas y me encontraba con los Martín Fierro, el Konex, fotos, trajes, pelucas, escenografías, cuadros, programas de teatro, libretos corregidos por mi abuelo. Y ahora me veo a mí misma, siendo esa niña de 10 años, inmersa en eso, sin saber qué tenía entre las manos.
-Debutaste profesionalmente a esa edad y tu primer director fue Enrique Carreras.
-Sí… ¡Dios mío! Yo abría la función, se corría el telón y estaba en escena sola.
Me acuerdo que empezar a ensayar fue fuertísimo porque tenía 12 años y era mi primer trabajo profesional. Ahí estaban mi abuela y mi madre, García Grau padre (Adolfo) y su hijo Marcos, Tino Pascali, Marcos Zucker, María Rosa Fugazot, María Fiorentino… Todos esos popes. Trabajar con mamá y con la abuela fue muy loco y divertido. Aparte, fueron dos meses en Mar del Plata, un viaje iniciático.
-Antígona, en 2020, dirigida por Eduardo Lamoglia, con Dani Miglioranza como Creonte. Hicimos ocho funciones en El Tinglado, pero nos agarró la pandemia. Yo estaba en un papel que me movía la fibra más profunda en cada función, me da mucha lástima que se haya cortado. Creo que es el personaje que más me desafió.
-¿Cómo viviste la experiencia de haber sido dirigida por Juan José Campanella?
-Con él trabajé mucho. Hice el casting para la miniserie Vientos de agua y cuando me vio, me dijo: “Pero, ¿dónde estabas vos?” Porque yo era una Sandrini, porque le gustaba lo que veía… Eso fue cuando tenía 25 años.
Después vino Parque Lezama, hermosa obra que disfruté hacer con Beto Brandoni y Eduardo Blanco. En Entre caníbales era un elenco fuerte, yo estaba en el triángulo con Benjamín Vicuña y Natalia Oreiro. Tenía que encarnar a la mala y hacerle frente, sacando toda la artillería y trabajando a mis anchas, feliz. Crecí mucho con ese trabajo.
-Y, paralelamente, ibas allanando el camino a tu disco. ¿Cuál es la canción que grabaste en el placard e incluiste en «La citadina»?
–Los ojos del amor. Esa la compuse cuando nos estábamos enamorando con Enrique, mi compañero (Avogadro, ministro de Cultura porteño). La compuse hace un montón de tiempo. La canté en el casamiento… (se ríe) Y la grabé en el placard porque tenía una acústica que me servía y quedó.
-Sí. A Joaqui le escribí Inventar un mundo. Y a Miranda, El agua que te espera, que habla del parto libre, que hoy hay muchas mujeres de manera responsable eligiendo parir en casa, que fue mi caso. Una experiencia vital que quise, que llevé a cabo y en la que confié en mi cuerpo. Y de eso habla también el disco, como ir a esas sabidurías, más profundas, a esos ciclos.
-¿Por qué elegiste pararte en la cúpula de una iglesia para la tapa?
-Es la Parroquia Santa Rosa de Lima, en Pasco y Belgrano. Nino Salgado, el fotógrafo, consiguió ese lugar que generosamente Juliana Mombeli nos cedió, y estuvimos tres horas con un dron. Al principio me dio vértigo, porque yo estaba con la guitarra, a 65 metros de altura, pero lo que viví ahí arriba, viendo la ciudad desde otro lugar, todavía me emociona.
-¿Cuánto te movilizan los elogios que recibís por el disco?
-Es un impulso generoso, como que haya sido postulado a los Premios Gardel. El 4 de agosto nos presentamos en Café Vinilo a las 21, con una banda invitada hermosa y con Jerónimo Guiraud, que es el productor artístico. Y el 10 de septiembre en Nempla Centro Cultural, con otro show que voy a ver si lo hago acústico con un coro grande.
-«No soy un extraño» es la única canción que no es de tu autoría, ¿un homenaje a Charly García?
-Charly es todo para mí, a los doce me llegó el casete Pubis angelical, que escuché un año entero sin parar, y eso me empezó a formar. Charly García es alguien que está en mis raíces como música, lo escuché durante toda la adolescencia, la primera juventud, lo escucho ahora.
WD